domingo, 25 de diciembre de 2011

Sean mínimamente felices.

Obra ganadora del Concurso Infantil de Postales Navideñas 2011.

Mínimamente feliz.

"La felicidad es una suma de pequeñas felicidades". Leí esta frase en un outdoor de París y supe desde ese momento que mi concepto de felicidad acababa de cambiar por completo. Yo ya sospechaba que la felicidad con mayúsculas no existía, pero le daba el beneficio de la duda.  
Después de todo, desde que somos personas, la gente ha aprendido a soñar con esa felicidad en superlativo. Pero allí, aquel outdoor estratégicamente situado en el centro de mi camino (que de alguna manera también coincide con la mitad del viaje de mi vida), descubrí que la felicidad, más que lo que nos enseñaron los cuentos de hadas y películas de Hollywood, no es un estado mágico y duradero. En la vida real, lo que existe es una felicidad homeopática, dispensada en cuentagotas. Una puesta de sol aquí, un beso allí, una taza de café recién colado, un libro que uno no puede cerrar, un hombre que nos hace soñar, un amigo que nos hace reír. 
Situaciones y momentos que vamos apilando con el cuidado y la delicadeza que merecen las alegrías de pequeña y mediana estatura y las grandes (aunque sean fugaces) alegrías.Yo contabilizo todo lo bueno que tengo, soy fan de la felicidad homeopática. Si la cremallera del vestido que me encanta vuelve a cerrar (¡ufff!) o si un resfriado dura mucho menos de lo que esperaba, me doy cuenta de que hay momentos de felicidad que vivir en cada segundo. 
Algunos crecen con la esperanza de una felicidad con mayúsculas y en primera persona del plural: siempre me imaginé junto a un hombre magnífico, que me dijera constantemente que me amaba y me llevara a lugares mágicos. Ahora, una descubre que la vida da para ser feliz en singular: cuando conduzco y escucho canciones que me encantan, es un momento de pura felicidad. Asistir a algún espectáculo, cantar, me ofrecen un bienestar indescriptible.
Una empresaria con la que me reuní recientemente me dijo que un día estaba hablando y riendo sola cuando su esposo llegó casa. Asustado, le preguntó que con quién hablaba: "Conmigo misma", respondió. "Adoro conversar con gente inteligente".
Criada para vivir grandes momentos, grandes amores y la felicidad de las películas, esta empresaria cambió esos derroteros fantasiosos por placeres más simples, y ha aprendido dos lecciones básicas: que podemos vivir momentos magníficos aun sin estar acompañados y que no tiene sentido esperar a que un acontecimiento mágico nos haga felices. 
Esperar a ser feliz, por cierto, es un deporte que abandoné hace ya tiempo. Y es parte esencial de mi "dieta de felicidad" un uso moderadísimo de la palabra "cuando". 
Esas historias de "cuando gane la Lotería", "cuando me case", "cuando tenga hijos", "cuando mis hijos crezcan", "cuando tenga un trabajo fabuloso" o "cuando encuentre al hombre que me merece", todo esto sólo sirve para distraernos y hacernos olvidar la felicidad de hoy. ¿Esperar al Príncipe encantador, por ejemplo, tiene algún sentido? Incluso porque los súbditos son casi siempre más interesantes que los príncipes; o ¿crees que la Camilla Parker-Bowles está mejor servida mejor que la Victoria Beckham? 
Como muchos han dicho tantas veces, aprovechad el momento, amigos. Y no tiren de calculadora para hacer las cuentas de las sumas de pequeñas felicidades.
Puede que incluso algunos digan que nos falta ambición, que esa suma de pequeñas alegrías es una operación matemática muy modesta para nuestros tiempos. Que digan. Mejor ser mínimamente feliz varias veces al día, que vivir eternamente a la espera.
Leila Ferreira

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